Autor: IRBS
Temática: General
Descripción: 6 en silencio. —¿Y tú, qué piensas? Phil miró hacia su mujer y su hijo de corta edad, que contemplaban las mazorcas unos metros más lejos. —No lo sé... —Has de venir —casi ordenó Hank. Y Phil asintió en silencio. Y, mientras la comunidad celebraba con canciones malamente aprendidas o peor recordadas la fiesta del maíz granado, los cuatro compañeros subieron hasta la caverna del Viejo. El Viejo, aquel día, tampoco había salido de su cueva, ni siquiera al saber la buena nueva. Había dejado que se la contasen y se alegró con todos, pero no salió. Quedó pensativo, con la mente fija en el pasado y sintiendo en los pulsos su vieja vida escapándose lentamente. Ahora, al menos, tenía la alegría de saber que, en adelante, las cosas irían mejor para todos y que, cuando él no estuviera entre ellos, ya no sería tan necesaria su presencia como hasta entonces. Los suyos, poco a poco, habían aprendido a sobrevivir y él había sabido inculcarles el horror a la violencia y hacia las formas de vida que habían originado el Gran Caos. Más adelante, con los jóvenes como Hank, aquello ya no había sido necesario. La lucha por la vida fue lo bastante dura para ellos, desde el día mismo de su nacimiento y así pudieron ver con sus propios ojos que la violencia entre ellos era inútil, porque cada uno necesitaba de todos los demás para sobrevivir. Lo ocurrido era para ellos apenas una leyenda en boca de los más viejos, pero la lección les había sido trasmitida por el Viejo, día a día. Y, sobre todo, aquella existencia era la única que conocían y su intuición les decía sin lugar a dudas que la fraternidad tenía que ser su única guía. El Viejo acogió a los jóvenes con una sonrisa. Apreciaba especialmente a Hank y, desde que el muchacho tuvo discernimiento, había visto en él madera de jefe y sabía que se podría contar con él para regir a la comunidad del valle cuando su vida se apagase. Ahora, al verles, adivinó la idea que les traía a su presencia. —Queréis salir del valle, ¿no es cierto? Hank le miró con asombro: —¿Cómo lo has sabido? —Porque también yo siento el mismo deseo, sólo que mis fuerzas ya no me lo permitirían... —Pero el maíz granado significa que es posible, ¿verdad? El Viejo meditó un instante: —Tal vez... De todos modos, no es seguro. —¿Podemos intentarlo? —le preguntó Hank, pisándole las palabras. —Ten calma, Hank... El Viejo se incorporó lentamente de su jergón, rebuscó entre las viejas mantas deshilachadas que eran toda su hacienda y extrajo de entre ellas una caja metálica a la que iba adherido un hilo y un tubo brillante. Los jóvenes lo habían visto en sus manos más de una vez, cuando les contaba cómo aquel aparato les ayudó a encontrar el Valle de las Rocas. —Recordáis lo que es, ¿no es así, Hank?... Hank afirmó, mientras decía: —Un contador Geyger... Pero no sé cómo funciona... —Yo tampoco sé por qué funciona —contestó el Viejo—, pero sólo él os podrá indicar si hay peligro en vuestro camino. Colgó del hombro de Hank la correa que sujetaba la caja y añadió: —Debéis llevar el tubo siempre delante de vosotros, de tal modo que no piséis más que los sitios que hayan sido detectados. El tubo trasmite a la caja la presencia de radiactividad y, cuando pasa